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lunes, 4 de octubre de 2010

CADA UNO ELIGE



Un joven ya no daba más con sus problemas. Cayó de rodillas y rezando, dijo:

“Señor, no puedo seguir. Mi cruz es demasiado pesada”.

Dios, como siempre, acudió y le contestó: “Hijo mío, si no puedes llevar el

peso de tu cruz, guárdala dentro de esa habitación, después abre esa puerta

y escoge la cruz que tu quieres”.



El joven suspiró aliviado. “Gracias señor”, dijo, e hizo lo que le había dicho.

Al entrar, vió muchas cruces, algunas tan grandes que no podía ver la parte

de arriba. Al fondo, vió una pequeña apoyada en un extremo de la pared.

“Señor”, susurró, “Quisiera esa que está allá”, dijo señalando.

Y Dios le contestó: “Hijo mío, esa es la cruz que acabas de dejar”.



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