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sábado, 5 de junio de 2010

Sí, yo la conocí, Novelas de Amor



Fuimos compañeras y llegamos a ser amigas, si es así como se le puede llamar a una persona de confianza, pero el tiempo y los caminos de la vida nos separó.



Aún recuerdo su cabello entre café y negro, ni brillante ni opaco, ni lacio ni rizo, como adornaba su cara al caer tímidamente sobre sus mejillas. La sonrisa débil que logró al ser presentada, sus ojos negros llenos de emoción, todo fue un encanto.



Al ir hacia ella me sorprendieron sus manos delicadas y muy blancas en comparación con su tez morena… Al pasar su mirada sobre mí, endureció su ternura y su voz dominante… Me preguntó:



-¿Quién eres?-



Bajo el poder de esa voz y esa mirada nada parecidos a cuando se presentó, me escondí dentro de mí misma, bajé la mirada y me fui como si no hubiera sucedido nada. Su mirada me siguió, sentí un puñal de odio hacia esa criatura tan perfecta, pero tan dominante y tal vez cruel. Luego que me fui, llegaron otros a conocer a la extraña, ella los atendió con gracia y con un aire de reina.



Parecía una princesa entre muchos servidores, parecía una frágil pieza de cristal. Al volver de su encuentro, los otros, impresionados por sus aires y su delicadeza la alababan, la alzaban hasta que tocaba el cielo. Pero en su cara había una sonrisa de crueldad y de satisfacción, había logrado lo que quería, su dominio ya se extendía por nuestra clase.



Al cabo de unos días, los otros ya estaban enterados de su cruel trampa y se lo reclamaron. La frágil pieza de cristal se rompió descubriendo su verdadero rostro, lleno de crueldad. Al prospecto de tantas injurias se adhirió a su única salida, entonces lloró. Su único escudo la envolvió y los otros quedaron como plebeyos, cuyas acciones demasiado corrientes habían afectado a la princesa. Su dominio de terror acabó, terminó antes de poder infestarse completamente…



Dejó tras si un grupo desconfiado y desunido, nadie le volvió a hablar. Fue víctima de chismes y crueles indirectas. Ella sufrió y poco a poco su mirada dominante cambió y se trató de unir al grupo, pero fue rechazada. Se aisló. Al ver un sufrimiento como aquel me sentí triste e intenté, una vez más, hablar con ella. Me acerqué, más temerosamente que la primera vez, para mi sorpresa me sonrió y me pidió perdón.





Vi lágrimas de agradecimiento nacer en sus ojos, la abracé y me senté a la par de ella. Comenzamos a platicar y al rato parecíamos viejas amigas. A medida que avanzaba nuestra amistad, o mejor dicho nuestra confianza, se integró más al grupo y logró la confianza de todos. Su comportamiento tan altivo, tan de reina desapareció. La vida en grupo siguió normalmente. El problema ocurrió un día cuando la encontré llorando.



Siempre fue la primera en llegar del grupo y la última en irse. La acompañé y traté de consolarla, me apartó vi en sus ojos la misma mirada del primer día. Había vuelto a ser la princesita. Me miró con desprecio, como a un perro común y corriente y me ordenó con voz temblorosa que me fuera. Ese día se fue. Nunca volví a saber de ella, hasta que un día la vi, de largo pero la vi.



Parecía contenta, de la mano de un muchacho. Se veía tan feliz. Pero como te dije, sí, yo la conocí...







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