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sábado, 5 de junio de 2010

La niña azul, Novelas de Amor


Martes, 17 de abril de 1908

Cuando empiezo a reflexionar sobre mi pequeña vida, todo lo que he vivido hasta ahora… me parece tan extraño. Me veo en un mundo chocante, desconocido del que no me siento parte y siento que nunca comprenderé. Mi vida era tan diferente en Ford, aunque no me puedo quejar. He de reconocer que he aprendido muchas cosas aquí, pero es cierto, no me dejan quejarme.



Por supuesto extraño muchas cosas que mi mente apenas logra enfocar. La calidez de mamá, cuando me abrazaba contra su pecho y la estruendosa risa de papa, que me llenaba de alegría al despertarme por las mañanas, haciendo que cada día valiera la pena. A ambos los perdí esa noche, sin embargo, aún recuerdo sus voces, y la expresión que ponían cuando estaban disgustados o contentos.



Mi vida no es para reírse. Constantemente fui aquella niña, que se quedaba en la banca de la escuela en las horas de recreo, sola mirando a otros jugar y reír, mientras era ignorada cómo lo más normal del mundo. Aquella polilla de biblioteca, la envidiable y más odiada sabelotodo, la invisible socialmente, el punto de todas las burlas, sí, esa era yo.



Nunca hice amigos, pero tampoco me hicieron falta, tenía a mis padres y eso era suficiente. No obstante, la relación con los profesores irónicamente, era absolutamente diferente, era exactamente un trato bendito. Elogios por todas partes, invitaciones importantes a concursos de matemática y ajedrez, una veintena de admiradoras con frenillos y trenzas severamente apretadas de colegios muy prestigiosos con los nombres más complicados que nunca imaginé escuchar.



La más mimada por los profesores, con la directora metida en mi bolsillo ¿Qué más podía pedir? Tú me preguntarás como pude embaucar a esa gente a tal punto. Lo que dijo Giselle una vez “la seducción inocente”, no me parece completamente justo. Cada profesor encontraba ocurrentes mis salidas y mis intervenciones; mi rostro era riente, mi sentido crítico original y encantador.



Yo era una cerebrito incorregible, inquieta y divertida al hablar pero nada más. Algunas de mis cualidades me hacían vivir pequeños momentos de popularidad, es decir, una pequeña metamorfosis de segundo en la que pasaba de ser “la invisible” a “la odiada por todos”. Pero nunca fui vanidosa.



Nunca le hubiera negado a un condiscípulo mío que copiase de uno de mis deberes; los bombones, (que en realidad eran parte de una estrategia de mamá para hacer amigos), los repartía generosamente a pesar de saber que los botaban al tacho de basura a mis espaldas. Toda esa admiración, ¿no habría hecho de mi una arrogante? Tuve una “suerte” la de ser arrojada a la realidad y necesite más de un año en habituarme a una vida desprovista de toda atención y presencia de mis adorados progenitores.



Un año antes a ese, cumplí mis seis años. Y fue el mejor cumpleaños que tuve. No por invitar a todas mis compañeras de la escuela, que, como era de esperarse, ninguno apareció ni de casualidad por la sala de mi casa. Si no, porque ese día, papa regreso de la guerra sano y salvo. No recuerdo haber sonreído después de eso. Porque lo que sucedió luego de unos meses, definitivamente me desgarro la sonrisa de la forma más cruel y despiadada que jamás sospeche experimentar.



Ni siquiera supe bien lo que sucedía, todo ocurrió tan rápido que no tuve tiempo de analizar la situación. Créeme, que desde aquella noche de tormenta, no dejo de repasar paso a paso cada detalle. Quisiera tanto saber, ¿Qué hice mal para merecer tal sufrimiento? Mi percepción logra evocar pequeños fragmentos confusos, porque estoy segura de que algo raro sucedió esa noche.



Las calles estaban mojadas y resbalosas. Estaba asustada, (generalmente los truenos provocan eso en mí). Recuerdo haberme puesto el pijama y haberme tomado todo mi vaso de leche. No entendía por qué mamá estaba muy apurada, corriendo de aquí por allá, haciendo una maleta y papa todo agitado a la luz de una vela en su despacho, rebuscando unos ahorros que tenía guardados en su caja fuerte. Me di cuenta, de que ambos miraban cada segundo por las ventanas a la calle, con la vista fija en una dirección. Lucían algo inquietos.



De pronto hubo un ¡troum!, de otro trueno y hubo un apagón. El sentir del ruido del motor de un auto estacionarse fuera. Nos quedamos totalmente en suspenso con los pelos en punta de miedo. Vi, a papa coger una pistola sigilosamente. Mamá me acaricio el rostro tratando de calmarme, lo cual obviamente no funcionó.



Entonces, todo lo siguiente pasó al mismo tiempo, a tal velocidad que mi mente lo recuerda de forma borrosa: unos hombres de negro irrumpieron en la casa rompiendo todas las ventanas con un gran estruendo. Escuche a mamá lanzar un grito de horror y yo con mi osito de felpa en brazos, me aferre a su cintura, aterrada. Y lo último de lo que logro acordarme, son de las manos temblorosas de mi madre, empujándome sobre el túnel secreto detrás de la cocina que daba hacia la calle, diciéndome que huya y que nunca mire hacia atrás hasta que esté en un lugar lejos de ahí.



Puso sobre mi mano, algo frío y pesado no pude verlo con tanta oscuridad rodeándome, me dio un último beso y me hizo seguir sola. Oí, el rugido del depredador detrás de ella, pero por más que quería no volteé, y continué, con paso más ligero. Ese fue el último beso que me dio.

Corrí, corrí y corrí, con todas mis fuerzas hasta caer en medio de la lluvia. Pero aún así, seguí, temiendo detenerme.



Como si el correr fuera lo único que podía evitar que mis padres estuvieran muertos. Dependía de mí, no podía atajarme, no aunque tenía ganas de volver a casa, buscar a mis padres y sacarlos de ahí como lo harían las heroínas de mis Cuentos. Aún sabiendo que era el fin. Mi cabeza de inmediato se puso confusa.



Minutos después me refugié espeluznada, en un lóbrego callejón desolado, sin saber que había pasado. Aún puedo recordar las gotas de lluvia que caían sobre mi rostro mezclándose con mis lágrimas de angustia, arrinconada en un escondrijo de periódicos olvidados, me quede en cuclillas, tiritando de frío.



Deseando con toda potencia, que todo lo que estaba ocurriendo fuera un sueño, sólo un sueño. Entonces, luego de un largo rato, mis ojos poco a poco se adormecieron y la pared de ladrillos del frente se volvió negro. Sentí débilmente, como unas manos gruesas y húmedas me levantaban del suelo reposándome sobre una espalda y el claro ruido de una sombrilla abrirse.



Y eso fue todo. ¿Qué queda de aquella niña? No he olvidado la escuela ni las ocurrencias y no me canso de criticar a las gentes como antes, (quizá mejor ahora), ¡hasta soy todavía capaz de practicar el ajedrez!, sí, me gusta, lo cual demuestra que mi capacidad intelectual no ha cambiado. Pero, a pesar de eso siento como que una parte de mí se apagó aquella noche, esa es la cuestión: me gustaría, por espacio de una velada de algunos días o de una semana volver a ser la de antes; jovial, aparentemente despreocupada por las opiniones de los demás y sobre todo recuperar mi sonrisa. Siento que estoy por desaparecer y temo perderme.



Con frecuencia mi fuerza se disuelve y los crueles comentarios de las personas me derrumban con facilidad, y eso, créeme es muy raro en mí. Por eso, querido diario me desahogo en ti como en un brazo invisible en cual apoyarme. No aguanto más esta tristeza, y la verdad es una sola: los extraño, mucho, muchísimo y me duele saber que no volverán.



Te he mantenido intacto por todo un año, en el cual, me propuse superar mi desolación y justo ahora que son las doce de la noche y por fin cumplo ocho años, te pude abrir y escribir en tu primera pagina esto. Eres lo único que me queda de mi mamá. Fuiste un regalo de mi cumpleaños número seis.



Ella pensaba que por ser tan observadora y criticona, era tiempo de usar mis manos y ya no mi boca, (porque en suficientes problemas ya la había metido con los vecinos). Pero por suerte, no te tome mucha atención, hasta ahora. Espero confiártelo todo como hasta ahora no he podido hacerlo con nadie; confío también en que tú serás para mí un gran apoyo.

Termino por hoy. ¡Salve diario!, ¡Te encuentro maravilloso!





II

Miércoles 18 de Abril de 1908

Querido diario:

He logrado dividir tres fases de recuperación luego de la terrible muerte de mis padres. La primera: crisis de lágrimas, soledad infinita, lenta comprensión de todos los defectos en mi vida, que aunque había pocos, estos parecían agravarse el doble. Lloraba durante horas, a veces un día entero, tratando de poner todo de mí parte para fingir fortaleza ante los demás. Un día después de esta noche, desperté en una comisaría. Espere toda la tarde a que alguien reclamara por mí, con la esperanza de que mis padres vivitos y coleando atravesaran esa antigua puerta de madera y me abrazara de nuevo, ¡gran error!

Nadie vino.



Era de esperarse ya que era huérfana y me hallaba sola en el mundo ante la difícil tarea de cambiarme a mí misma, a fin de no seguir provocando reproches, porque los reproches me deprimían y me desesperaban. La segunda es en la que estoy ahora: aceptación y resignación de toda mi realidad. Claro que me llevo muchos meses de esfuerzo; el gran muro de dolor que había en mí, me impedía pensar y renacer de mis cenizas.



Para colmo, la cólera y la amargura se apoderó de mí, sumándome a mi tristeza, obstruyendo todavía más el proceso de recuperación. Ya que semanas después, el comandante al ver que no había nadie quien se hiciera cargo de mí, me hizo una serie de interrogatorios, buscando un lugar donde dejarme, porque era obvio que no me iba a quedar a vivir en una comisaría para siempre ¿no?



Así fue como esa misma tarde me encontré, parada frente a las enormes rejas negras de mi imponente colegio María Arguen y me di cuenta que ciertamente con todos los últimos acontecimientos ocurridos me había olvidado de un detalle, que además de ser un colegio era un internado. Y la tercera, es en la que estoy segura de que muy pronto estaré: recuperación total de mis conflictos, mis problemas internos y paz al fin.



Espero con ansias el día en que diga “Lo he superado. Aquel periodo de mi vida terminó irrevocablemente y voy a hacer un nuevo comienzo, por mí, por mi osito de peluche y por mis padres, porque estoy segura de que ellos también lo hubieran querido”.





III

Viernes 20 de Abril de 1908



Han sucedido tantas cosas que es como si de repente el mundo estuviera patas arriba, pero ya vez, ¡ja, ja!, estoy viva, si es que mañana no me fusilan por dejar los trofeos de la sala principal sin limpiar, claro. Ahora veo con claridad el poder que tiene el dinero, ¡el maldito cochino dinero!, para definir nuestras vidas.





Y es que antes veía las cosas desde un ángulo diferente, cuando lo tenía todo, hoy no debes entender nada de lo que te escribo, de modo que empezaré por el principio. Desde el hermoso e inolvidable principio... Cuando mi vida era esplendida y perfecta (sin presumir, claro). Tanto, que yo sólo existía para jugar, correr y hacer travesuras. ¡Oh! ¡realmente extraño esos tiempos! Como ya te comente anteriormente vivíamos en Ford, en una hacienda cerca de un bosque de Laureles con aroma a dulces mangos y a especies.



Mi lugar favorito por supuesto, era el enorme jardín trasero que daba hacia dicho bosque, separados únicamente por una pequeña laguna que provenía de alguna catarata cercana. Mamá fue quien escogió el lugar ya que le encantaba el contacto con la naturaleza, no sé cómo le podían fascinar aquellos tigres dorados que salían de la maleza, ¡felizmente que nunca se metían a la casa, porque si no me hubiera muerto del susto!



Ahí, en los bordes de la laguna, crecían bellas amapolas y una diversidad de plantas exóticas. Era como un pequeño paraíso tropical. Maya era mí haya, que es lo mismo que decir: nana. Me cuidaba, me vestía y me atendía en todo. Siempre me contaba sus cuentos y leyendas místicas sobre su tribu; una tierra muy lejana llamada La India. Su hijo Nahúm, era mi mejor amigo; compañero inseparable de aventuras y juegos en ese entonces.



Me duele mucho recordarlo porque ha sido el único amigo verdadero que he tenido hasta ahora y lo quiero. Tengo temor de que la melancolía se apodere nuevamente de mí. Extraño esos momentos divertidos que pasábamos juntos, como: jugar a las escondidas en el bosque junto a Simla, (un curioso elefantito de apenas unos meses que él estaba criando como mascota), coleccionar mariposas, embarrarnos en el lodo, jugar a los piratas con barquitos de papel en el lago, o escucharlo tocar la flauta al atardecer, cuando todo el bosque se teñía de rayos naranjazos, mientras el sol se asomaba como la cabeza de un gato rojo sobre las montañas a la vez que las hojas caídas se levantaban de la tierra, girando al son del viento cálido, como realizando una misteriosa danza.



Parecía mágico. Yo estaba acostumbrada a esa vida, no a la de una ciudad, rodeada de edificios, eso evidentemente no era para mí, de sólo pensarlo sentía que me asfixiaba. Por eso la noche en la cual papa me dio la noticia no pude evitar protestar enfadada.-Siento mucho que esto tenga que cambiar mi pequeña. Créeme yo también extrañaré todo esto, pero varios de mis colegas han coincidido en sus prevenciones.



Este país ha entrado en guerra; ya no es seguro ¿lo entiendes mi vida? Tenemos que irnos – recuerdo que me dijo, con ojos comprensivos.

-¡¿Pero porque a Pollercaund?! mamá dice que le trae malos recuerdos.

-Pues, porque Pollercaund es la única ciudad segura ahora.

-¡¿Y que pasara con Maya y Nahúm, ¿ellos también vendrán con nosotros?!

Su expresión cambió, y se tornó un poco más preocupada.

-Cariño, ellos también se irán- me tomó de las manos.

-¡¿Pero a donde, porque no pueden venir?!

- Porque son Fornianos mi amor, si el estado de Pollercaund descubre



Fornianos en sus tierras, tendrán graves problemas con sus enemigos y la guerra incrementara.- ¡¿Pero a donde irán?! no les pasara nada malo, ¿verdad?-No querida, no les pasara nada lo prometo- me abraso fuertemente. Y luego de otro gran discurso, zarpamos al amanecer en el “Clorinda”, hacia tierras lejanas.



Yo, no dejaba de sollozar por Maya y Nahúm, no podía creer que nos separaríamos para siempre. ¿Qué sería de ellos ahora?, ¿Dónde se refugiarían mientras duraba la guerra en su país?, ¿Con quién iba a jugar?, ¿Quién me contaría esas maravillosas historias otra vez?, ¡Era terrible!, sentía como si una parte de mi corazón se quedaba con ellos mientras los veía decirme adiós, forjando sonrisas desde el puerto, para no preocuparme.



Les dejé mi cadena de la buena suerte, para que me recordaran. Prometieron escribir. Sin embargo, hasta ahora no he sabido nada, es como si la tierra se los hubiera tragado. Sólo ruego a Dios que aún estén vivos. Como lo imaginé, Pollercaund era todo lo opuesto a Ford. Las casas de esta ciudad son grises y opacas. Como si fueran parte de un gran secreto silencioso o estuvieran de luto. Daba una sensación sombría. Las calles son por su mayoría solitarias y nebulosas. Sólo a ciertas horas, resurgen los carruajes y se llena de gente.



Realmente extraño el clima frío y húmedo, no me gustaba para nada. Aunque ya me he acostumbrado. Sin embargo, por aquel entonces, sólo aumentaba mi desesperación por volver. El sol, sólo alumbraba débilmente a específicos puntos de la ciudad, y eso, si es que salía, claro, porque habitualmente estaba oculto por una que otra nube turbia.



Nunca me gusto esta ciudad, a menudo en Ford escuchaba comentarios y debo decir no muy alentadores sobre su pasado, donde se incluían historias referidas a la brujería, y cosas de igual calaña. En fin, la primera vez que pise el suelo del exclusivo colegio “María Arwen” de las señoritas Josefina y Amelia Brujelia, era sólo para niñas.



Quedaba entre dos enormes hileras de casonas, en la calle “Amanecer”, que salía hacia la plaza principal, por donde pasaba el tren. Era como un bonito rincón donde uno se podía sentir verdaderamente complaciente. Tal vez, el único rincón. Cuando llegue ante las enormes puertas de madera cincelada del curioso castillito verde, aún fastidiada, de la mano de mi padre; sus palabras se repitieron descaradamente sobre mi mente como recordatorio de reloj:



“Créeme que no te arrepentirás. Además, iras a la misma escuela donde fue tu madre cuando tenía tu edad. Será divertido, ya lo veras.” No obstante, por más que daba todo de mí esfuerzo, él seguía viéndose más animado que yo. Una señorita regordeta y blanca nos devolvió la sonrisa al abrir la puerta. Llevaba un extenso vestido blanco y una Pamela, ¡sí que era muy robusta! Su rostro era limpio y ruboroso por las mejillas, como un simpático chanchito. Su pelo castaño estaba recogido en un enorme moño en forma de ovalo.



Era la señorita Amelia, hermana menor de la directora, y sub. directora de la escuela. Nos hizo pasar a una sala de espera, azul-púrpura, hermosamente decorada como del siglo XVIII, con cortinas aterciopeladas, mesas doradas y piezas de porcelana. Mientras charlaban, camine admirada por los floreros, encantada con los ángeles tallados en el techo. Jamás me hubiera imaginado que pasaría tanto tiempo de mi vida en ese lugar. Sobre todo ahora, que se ha convertido en mi único techo y refugio, ya que no tengo a nadie más que se encargue de mí.



En fin, cuando volví a pisar el suelo del María Arwen, esta vez, de la mano del comisario, me di cuenta que las cosas ya no serian como antes. Me quedé ahí justo en esa misma salita, esperando que el comisario y la señorita Josefina terminaran de conversar en su despacho. “¿Qué estarían hablando de mí?”, me preguntaba, impaciente, balanceando mis zapatitos blancos de derecha a izquierda, de izquierda a derecha.



Cuando por fin, vi cruzar el umbral al comisario y lanzarme una mirada deprimente, mientras se dirigía a la puerta de salida. “¿No me llevaría con él?”- me asombre.- ¡¿Darla?!- dijo de pronto una fuerte voz tras de mí. Me levanté inmediatamente de un brinco, asustada, sin comprender nada de lo que estaba sucediendo.



La directora se volvió hacia mí con un gesto de desprecio, el cual nunca hubiera pensado recibir de ella, ¡no podía ser!, yo era su mejor alumna, yo le había sacado bastantes diplomas y votos al colegio, ¡no podía despreciarme! -¡Darla! – me volvió a decir, con voz más firme. La crueldad de sus ojos filtraron profundamente en los míos – entra a mi despacho...- hizo una pausa como escondiendo una risita – debo comunicarte algo. Deberás usar un vestido negro.



Y con las mismas se encaminó. La seguí hasta quedar parada ante su escritorio, mientras las preguntas no paraban de estallar en mi cabeza como fuegos artificiales. - ¿Por qué tengo que usar un vestido negro señorita?- pregunté con temor. Me miró incrédula, sorprendida de que no lo haya descubierto ya. Entonces me di cuenta, pero aún así dejé que creyera que no. - Temo que debo darte una mala noticia – se aclaró la garganta- tus padres... – frunció el señor - ¡se ha informado de que tus padres fallecieron!, tu casa se incendió y no hubo oportunidad para ellos. Lo lamento.



Sentí que el corazón se me partía como una frágil galleta y que un insoportable nudo se formaba en mi garganta, impidiéndome respirar, pero sobre todo gritar. Apreté el puño, conteniendo el llanto y baje la mirada.- Entonces si los perdí, no fue una pesadilla – susurre para mí misma oprimiendo los dientes.



En el fondo me lo esperaba, pero creo que una parte de mí aún no estaba preparada para escucharlo decir de otra persona.-Lo lamento – volvió a repetir, sin embargo, su voz sonó falsa, insensible y fría – Pero esa es la realidad Darla, nada podrás hacer para cambiarla. Además, el Consejo de escorpión ha asumido el control de todos tus bienes dejándote en la calle, sin un centavo y sin alguien que responda por ti, eso me coloca en una posición muy difícil.



Pero yo seguí mirando el suelo, deseando una vez más que todo se tratara de un sueño... un sueño muy horrible... Que su voz no fuera real... que al despertar los vería sonreírme... que jamás hubiera derramado tantas lágrimas... y que las paredes de mi casa nunca se hubieran hecho cenizas...



- ¡¿Pero qué estás mirando niña?!- Me despertó la estridente voz de la señorita Josefina, haciéndome retornar a la verdad. Cuando volví la mirada hacia su alargado rostro, erguido y frígido descubrí de nuevo esa mirada de repulsión que tanto daño causaba en mí. Me mordí el labio de rabia, al ver que su imagen endosa y refinada no se había desvanecido junto con la habitación.



- ¡¿Qué pretendes niña?!- me volvió a exclamar con fiereza- ¿acaso no entiendes lo que te estoy diciendo? ¡estás sola en el mundo! – dio un palmazo al escritorio - ¡no tienes a nadie que te ayude, no tienes nada!, ¡eres una huérfana sin futuro!, ¡amenos que decida aceptarte aquí por caridad! Su rostro incluyó en mis pupilas estremeciéndome completamente, y note como una disimulada sonrisa de maldad curvo sus labios al terminar esa última frase.



Minutos más tarde, la directora de la María Arwen me guiaba por los oscuros pasadizos de la escuela jaloneando de mi vestido, hacia los cuartos de la última torre del castillo, donde dormían los de la servidumbre, mientras me indicaba como sería mi vida a partir de ese momento. - ¡Debido a los gastos perdidos en ti durante estos dos años de estudio, todo lo que posees de aquí me pertenece!, tu ropa, tus juguetes, ¡todo!, aun cuando eso no cubriera las enormes pérdidas económicas que hemos sufrido – se detuvo, ante una especie de puerta metálica oxidada y enorme con púas en las superficies. Daba la impresión de los calabozos bajo las iglesias.



Sacó de sus bolsillos un grueso manojo de llaves de todos los tamaños y formas, a la vez que con un escalofriante chirrido abría las puertas dejando a la vista una estrecha escalera de piedra con olor a desagüe. - Entra – me ordeno de un empujón. Mis pasos hicieron eco en toda la oscuridad que reinaba al cerrarse la puerta detrás. Hubo silencio.

-¿Señorita Josefina?- pregunte dudosa, para asegurarme que seguía detrás cuando una llama iluminó sobre mi cabeza.



Alce la vista perdida a la vez que unos ojos celestes y espesos como el puro cielo se alzaron sobre mí, ocultos entre unas pobladas pestañas blancas. - ¡Ah! – lance un grito entrecortado que no paso a ser más que un susurro. Me tapé la boca y me quede petrificada al verlo adelantarse unas gradas a mí, con un candil en la mano.



- Vamos – hizo una seña para que lo siguiera – ¿o acaso esperas invitación? Pero no seguí. Me quede ahí parada mirando con temor el suelo gris – rasposo. Jamás me había sentido tan sola en la vida. - ¿Qué?- se sorprendió el anciano - ¿acaso tienes la osadía de desobedecerme? Y retrocedió hacia mí, en donde pude ver con más claridad sus ojos profundos, vacíos, a la vez que él se inclinaba en mi dirección para tratar de imaginarme. Tal vez le resulte muy pequeña, por lo que se agachó como si fuera recoger a una pulguita.



Llevo la luz de su candil hasta mi rostro y abrió aún más los redondos ojos al percatarse de mis circunstancias.- Vaya, vaya – exclamo sorprendido, sobándose la cabeza canosa – veo que eres una niña muy pequeña, sí, muy pequeña y terca como una mula. Fruncí el ceño. “El no me conocía de nada, ¿Cómo es que tenía el poder de hablar de mí así?” – Me dije realmente fastidiada – “no me cabe la menor duda, de que todos aquí se han vuelto locos de remate. ¡Están en mi contra!, ¡Y sin motivo!, ¡Qué desgracia!”



- Yo no soy terca ni nada – respondí de golpe, apartándome de su luz – y usted no me conoce, ni siquiera estoy segura de lo que sucedió con la señorita Josefina, ¿Por qué no está aquí?, ¿Adónde se fue?

- Ella fue la que me encargo que te guiara hacia tu nuevo refugio- respondió con seguridad. A pesar de que su voz era ronca terminaba siendo agradable – Cosa de nobles – musito meneando la cabeza- ella jamás se arriesgaría a pisar este lugar, no es su sitio. Por eso, te trajo conmigo.



- ¿y usted es?...

- ¡ah, qué más da! – Levantó la mano – igual no lo recordarías.

Minutos después, subíamos escalones arriba.

- Pero debe tener un nombre, ¿no? – insistí intentando no mirar hacia el vacío.

- ¡Ja! –Río - ¿yo?, yo he tenido tantos nombres que los años me han hecho olvidar. Pero si de algo estoy seguro, es que soy el único que conoce los calabozos ocultos de este castillo como las líneas de mis manos.

- ¿calabozos? – repetí imprecisa – pero señor, esta es una escuela para niñas, y por lo que sé esos calabozos se clausuraron hace mucho tiempo.

- ¿Y entonces en donde crees que estás pequeña? – se volvió a mi incrédulo, sin dejar de subir.



“Era verdad” – reflexione – “pero entonces, ¿Por qué lo habían ocultado?, ¿Qué tenían que temer si sólo eran unos simples y olvidados calabozos?, había algo muy raro en esa historia que no encajaba bien”.

Estuve a punto de preguntarle más sobre el asunto cuando me di cuenta que las interminables escaleras habían acabado, y nos encontrábamos dentro de lo que parecía ser una humilde salita de madera quebrada, rodeada por cosas antiguas y viejas. Esa sin duda tenía que ser el último piso de la torre.



Se dividía en cinco cuartitos deprimentes, y entramos al último de ellos.

Ni en mis más ocurrentes conclusiones me imaginé que un espacio tan polvoriento y mal oliente pudiera existir en aquel castillito verde.

- Este será tu cuarto – dijo dejando su candil en una mesita de caoba que apenas se mantenía en pie – sí, sí, así es mi querida niña, desde ahora tendrás que ganarte el techo y el pan. Pero no estarás sola, vivirás aquí con Hanneli por ejemplo y trabajaras como sirvienta.



Tendrás que apegarte a las reglas de esta institución y cumplir con todo lo que se te ordena, porque si no, la señorita Josefina de seguro que te echa a la calle, y créeme que las calles de esta ciudad no son nada benévolas con los desposeídos. ¡OH por cierto!, la directora ordenó que te reportes con Maybell en la cocina a las cinco de la mañana, ella te enseñara como debes hacer tus deberes y también que…



Pero no lo escuchaba, camine con una mezcla de todos los sentimientos existentes, acumulados en mi pecho, hacia los ventanales empapados de millares de gotas de lluvia, iguales a las de aquella noche. Y mire hacia la luna apretando los puños una vez más. Oprimí los parpados sin impedir que las lágrimas bordearan mis mejillas. Temblé.



“Y yo que creía conocer a las personas”- pensé hirviendo en ira pero más de impotencia al no poder hacer nada- “después de todos lo meritos que hice por su colegio. Si mi padre la viera ahora”. De pronto la cruda imagen de aquel callejón irrumpió en mi mente, incrementando aún más la herida sangrienta de mi ser. Todo me recordaba a ellos.



- La lluvia es como una maldición para mí – sollocé, abrazada al vidrio de la luna.

- OH no pequeña – trato de calmarme desde su sitio intentando adivinar donde estaba – no lloréis, veras que esto no será fácil pero al final todos vemos luz al final del camino.

- Eso decía mi madre – gimoteé raspándome los ojos con amargura.

- Y tal vez tiene razón, sólo necesitas ver más allá de lo que ves.

-¡Ella murió! – le grite sin mirarlo - ¡y papa también!, ahora dígame, ¡¿Dónde está esa luz?!



Parecía, como si un horizonte lejano se hubiera teñido repentinamente de rojo entre nosotros. Hubo silencio.

- Ellos no volverán- rompí en llanto arrinconándome en la angosta camita de fierro que había en el cuarto – Ya no tengo madre, ni padre, ni nada, no tengo nada.



El anciano lo pensó un momento antes de hablar de nuevo. ¡La madre de todos los cristianos....! Las palabras de los clérigos resonaron en su memoria. - Sí que tienes madre. Por supuesto que la tienes – tanteo con nerviosismo hasta tocar la base de la cama y sentarse cuidadosamente cerca de mí – A todos los niños que se quedan sin su madre como tú, Dios les da otra: la Virgen María. - ¿Dónde está esa María?- seque mis mejillas con las manos.

- La Virgen María – me corrigió satisfecho que había dejado de llorar – está en el cielo.



- Y, ¿para qué me sirve una madre que está en el cielo? No me acariciará, ni jugará conmigo, ni me besara como mi madre verdadera.

- Sí que lo hará – rió – envía a los pájaros para que te acaricien. Cuando veas un pájaro, mándale un mensaje a tu madre y veras que vuela hacia el cielo para entregárselo a la Virgen María; después se lo contaran unos a otros, y alguno de ellos vendrá a piar y revolotear alegremente a tu alrededor.



- Pero yo no entiendo a los pájaros.

- Aprenderás a hacerlo.

- Pero... ¿nunca podré verla?... ¿y a mi madre verdadera?

- Si... sí que puedes verlas a las dos. De hecho, ella está junta a tu madre cuidándote desde las nubes. Sin embargo, sólo podrás ver a la Virgen, está en las iglesias y hasta le puedes hablar.



- ¿En las iglesias? – intente recordar las veces que fui a las misas con mis padres. No recordaba haber visto a ninguna Virgen María, jamás me hablaron sobre ella, ni siquiera en el colegio. - Sí, pequeña. Está en el cielo y en algunas iglesias y le puedes hablar a través de los pájaros o por las noches, cuando duermas y te contestara a través de los pájaros o por las noches, cuando duermas y te querrá y te mimara más que cualquier madre del mundo.

- ¿Más que mi madre verdadera?

-Mucho más. -¿Y esta noche? – pregunte ya más interesada – hoy no he hablado con ella.

- No te preocupes yo lo he hecho por ti. Ya lo veras.

Y conversamos hasta que la última lágrima se secó sobre la superficie de mi cachete. Y ya no me sentí sola, ni me asuste cuando me di cuenta que conversaba con aquel extraño de los calabozos. Era un anciano muy agradable y parecía que había sufrido mucho en la vida por la expresión constante en su rostro. Jamás le pregunte su nombre por temor a que se molestara pero descubrí a un nuevo amigo después de mucho tiempo.













































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