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sábado, 5 de junio de 2010

Un demente enamorado, Novelas de Amor



El reloj marcó las tres en punto de la madrugada y él no dejaba de llorar lágrimas de sangre y arrepentimiento. Se cansó de esperar la mujer perfecta, la insuperable y la que nunca llegó. Jamás llegaría, porque sólo vivía en sus sueños. Aún así esperaba ansioso que bajara del infinito azul celeste. Sacó la foto de su gran amor para apreciar su belleza una vez más. No tenía rostro ni cuerpo. Más bien era como una página en blanco.



Pero él la observó por largos minutos que parecían siglos. El la veía, y su gran amor también podía verlo a él. Decepcionado al ver que ella nunca llegó a su encuentro continuó contemplando su belleza desde la fotografía. Sonrió al ver que le guiñó un ojo la muy coqueta, y luego de esa loca y desesperada imaginación salió volando el recuerdo de su corazón de la mano de la esperanza. Ese recuerdo que ahora trajo el viento era una puñalada en el costado, que además sangraba arrepentimiento.



Dejó ir la mariposa que lo haría feliz hasta el último día de su vida y ahora alguien le devolvía el favor. Ama en cuerpo y alma a la que hoy lo abandona y no existe y está completamente seguro de que si ella le hubiese dado la oportunidad le enseñaría a que lo amara de igual forma a él. ¡Pero la oportunidad nunca llegó! Ahora, luego de las muchas primaveras que transcurrieron comprendió lo que en el pasado le hizo sentir a alguien.



El amor y el dolor que hoy siente, ¿fue lo que un día alguien sintió por él? Si le hubiese brindado la oportunidad... ¿Hubiese logrado aquella chica que el amor fuera mutuo? ¿Estuvo frente al amor de su vida y lo dejó ir? ¿O quizás el amor de su vida nunca llegó y lo abandonaba hoy? Aquel recuerdo nunca se alejó de la esperanza. Volaron por lo ancho del azul celeste y se deslizaron sobre la nube más alta. Se sentaron sobre la luna menguante, brillante y plateada.



No había solución y deseó tener el poder de retroceder el tiempo. Desde allí vio la tristeza venir a toda prisa. Él soltó un grito desgarrador y comenzó a orarles a Dios y a los ángeles para que lo protegieran de todo mal. Un segundo después comprendió que sólo quería llevarse la esperanza y se la arrebató de las manos. La tristeza, triunfante, no se alejó. Algo caliente y espeso brotó de sus ojos hasta su mejilla y el recuerdo se quedó solo.







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