Un viejo triste, huraño, sórdido,
cruzo mi tierra maternal.
Tras lo turbio de sus pupilas
hallé tan sólo ruindad.
¡Cuan malo es! -dije en mí mismo-
¡que no le vea nunca más!
Si no reprimo mis cóleras
los perros le voy a azuzar.
los perros le voy a azuzar.
Después -¡oh hermosura de la vida!-
de aquel horrible hombre en pos
iba un niño por el sendero,
y en el sendero una flor.
Un vaso de agua con voz pura
me pidió por amor de Dios;
tembloroso y lleno de lágrimas
dije: -¡Por amor suyo te lo doy!
Era aquel niño vivo y fino
y lindo cual lirio de abril;
a través del cristal yo veía
de su boca el puro rubí.
-Pequeñuelo, te doy mi granja,
mi pan, mi afecto: mora aquí.
-Mi viejo padre gana el pan de cada día
y es dichoso en mi amor.
Yo comprendí…
¡Oh plenitud! Y desde entonces
a ningún padre odio jamás;
toda miseria le redime
una corona paternal.
Quien tiene un niño sublima el mundo
y lo nutre de eternidad!
0 comentarios:
Publicar un comentario