Busca tu poema

Loading

jueves, 11 de marzo de 2010

BRUJILDA Y EL ARCO IRIS, cuentos infantiles

0 comentarios


Brujilda viajaba en su escobillón volador al atardecer. Caía una llovizna y su traje de estrellitas no era suficiente para cubrirla de la humedad del ambiente. Llevaba puesto su poncho blanco y admiraba el cielo donde aparecía el sol inmenso.

¡Es muy lindo ver la tarde
desde arriba y por el aire!
Por la lluvia bajo el sol
yo me cubro con mi poncho
y me tapa el cucurucho
del sombrero de cartón.

¡Es muy lindo ver la tarde
desde arriba y por el aire!

De pronto se formó un arco iris. Desde encima de las nubes donde volaba, la brujita vio por primera vez el arco iris completo: ¡Un círculo de colores en el cielo! El sol iluminaba las gotas de lluvia y una sucesión de colores, desde el rojo hasta el morado producían una faja brillante dibujando el arco iris en el cielo.

En ese momento se acercó volando Yamagua, el aprendiz de hechicero que estaba aprendiendo a volar en su escoba y a veces se volteaba y andaba con los pies hacia arriba y la cabeza para abajo.

- ¡Mira qué maravilla, Yamagua! – Exclamó Brujilda, - ¡Un arco iris todo redondo en el firmamento!

- ¡Qué pena! ¡Qué pena! – se lamentó el niño, compungido y asombrado por ciertos sucesos ocurridos en la sierra, - ¡En mi escuela se han comido un trozo de arco iris!

- ¡Cómo va a ser! ¡Eso no puede ser! – respondió asombrada la brujita.

- Yo sí creo. O si no se lo han comido, se debe haber caído un pedazo. Si vienes conmigo te lo enseño, y buscamos el pedazo para ver adónde está, - dijo Yamagua.

-¡Anda, escobillón, anda
que Brujilda te lo manda!

Mandó la brujita a su escobillón y dando vuelta a sus artefactos voladores se fueron por los aires rumbo a la Escuela de Chamanes que quedaba en medio de la sierra de los Andes.

- Yo creo que algún mago malvado nos ha robado un pedazo de arco iris. Seguramente pensó que era un pedazo de torta y se lo comió.

- Creo que dices tonterías, Yamagua.

- Entonces, ¿por qué desde aquí arriba donde estamos volando, veo el arco iris redondo, y desde la escuela veo sólo la mitad?

- Porque solamente desde arriba en el cielo, mientras volamos, puede verse el arco iris completo, Yamagua.

- ¿Qué es este fenómeno, Brujilda?

- Es un meteoro luminoso, así como el rayo es un meteoro eléctrico, el viento un meteoro aéreo y la lluvia un meteoro acuoso.

- Yo pensaba que el arco iris era un mitologito.

- Dirás un meteorito, Yamagua.

- Lo que tu digas, Brujilda.

- Un meteorito o aerolito es un mineral que viene del espacio interplanetario y se vuelve incandescente cuando llega a la tierra. Y lo que vemos no es un meteorito sino un arco iris.

- ¡Ah! Un meteorito es un trozo de luna que ha caído en la tierra.

- Podría ser.

- ¿También se han comido un trozo de luna?

- ¡No se lo han comido! ¡Tampoco se lo han robado!

- Y, ¿cómo lo sabes?

- Ven, vayamos allá y te lo explico.

- Si tú lo dices.

Brujilda y Yamagua siguieron su viaje volando cada vez más bajo hasta que rozaban las copas de los árboles. Desde allí observaban los árboles en el valle que se colmaban de gotitas de lluvia, los agricultores que recogían las frutas y llenaban sus canastas de colores. A esa altura vieron sólo la mitad del arco iris y no el círculo completo como habían visto desde lo alto.

- ¿Ves el arco de colores? Ya no es un círculo.

- ¡Qué lindo, Brujilda, vamos a pasar bajo el iris para ver qué hay detrás!

- ¡Estamos paseando sobre árboles y flores,

Vamos a volar bajo un arco de colores!



Volando volando se acercaron al arco iris de colores en el cielo y pasaron en medio hasta el otro lado. Entonces se dieron cuenta de la maravilla: ¡el mundo al otro lado del arco iris era todo en blanco y negro!

-¡No hay rojo ni violeta, ni verde ni amarillo!

- ¡No hay colores al otro lado de este pedazo de cielo!

- ¿Qué vamos a hacer, Brujilda? ¡Se han robado los colores! ¿No te decía yo que había un hechicero malvado detrás de todo ésto?

- No, Yamagua. No se han robado los colores. Los colores están allí solamente que no los vemos.

- ¡Ay, qué pena! – chilló Yamagua, y en ese momento se volteó en la escoba y siguió volando de cabeza. - ¡Socorro, Brujilda, me voy a caer! ¡Hasta el arco lo veo al revés y está todo gris!

- ¡No te vas a caer, cabeza de chorlito! Cierra los ojos y desea con todas tus fuerzas ponerte derecho y verás cómo viajas bien sentado en tu escoba.

Así pasó, y al poco rato Yamagua se enderezó en su escoba voladora y siguieron viaje deslizándose entre árboles grises, flores blancas y cerros de color negro. Hasta los pajaritos que se acercaban volando tenían las plumas negras y blancas y de ningún otro color.

- Sabes que este viaje está muy monótono, querida amiga.

- Cuando no hay colores el paisaje es triste.

- Yo quiero regresar al otro lado de donde vinimos.

- ¡Vamos, Yamagua!

- ¡Vamos, Brujilda!

Dieron vuelta a sus escobas y salieron disparados hacia el mundo de colores. Tenían que atravesar el arco antes de que se desvaneciera pues sino se iban a quedar en ese mundo blanco y negro hasta que saliera otro arco iris en el cielo.

- ¡Anda, escobillón, anda

que Brujilda te lo manda! – Gritó la niña.

Pasaron con las justas debajo del arco iris, mientras se desvanecía en el aire y empezaban a titilar las estrellitas. Mientras tanto, el sol en el horizonte caía lentamente a esconderse detrás del mar.



- Mira Yamagua, - indicó Brujilda señalando el cielo con el dedo, -

¡Una estrella de rabo que es un cometa!

¡Una estrella errante que es un planeta!

- ¿Y esa otra estrella que se mueve rápidamente?

- ¡Es una estrella fugaz! Si no se mueve es una estrella fija. ¿Sabes que las estrellas tienen luz propia?

- ¡También la luna tiene luz propia!

- No, Yamagua. ¡La luna brilla porque refleja la luz del sol! Así también los planetas que son astros opacos.

- Y, ¿ hay otras estrellas con luz propia?

- Sí, la estrella nova tiene mucho brillo y la estrella variable aumenta o disminuye su claridad.

- ¡Qué lindo! ¡Un día llegaremos a una de esas estrellas!

- O a un planeta. Tenemos varios para escoger. Todos dan vueltas alrededor del sol y se llaman Mercurio, Venus, Tierra donde estamos, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón.

- Ahora debo irme a casa. En la Escuela mañana me van a llamar la atención por no haber asistido a clases, pero ¡este paseo ha sido lo mejor que me ha pasado!

- Estudia mucho, Yamagua, y algún día iremos a hacer un viaje más largo alrededor del sol.

- ¡Cuando tú quieras! ¡Adiós, Brujilda!

- ¡Adiós, Yamagua!

- ¡Alrededor del sol, alrededor del sol, satélites, cometas, meteoritos, estrellas, planetas y asteroides hay alrededor del sol! – Cantando esta canción, desapareció Brujilda detrás de los árboles de eucaliptos, con su poncho y su sombrero de punta. Fue por los aires hasta su castillo, contemplando el cielo estrellado que brillaba como si le estuviera guiñando los ojos, y sonrió contenta a la luz de la luna.

Y colorín, colorado, este cuento ha terminado.

 
Adriana Alarco de Zadra

Bebé y el señor Don Pomposo, cuentos infantiles

0 comentarios


Bebé es un niño magnífico, de cinco años. Tiene el pelo muy rubio, que le cae en rizos por la espalda, como en la lámina de los Hijos del Rey Eduardo, que el pícaro Gloucester hizo matar en la Torre de Londres, para hacerse él rey. A Bebé lo visten como al duquecito Fauntleroy, el que no tenía vergüenza de que lo vieran conversando en la calle con los niños pobres. Le ponen pantaloncitos cortos ceñidos a la rodilla, y blusa con cuello de marinero, de dril blanco como& los pantalones, y medias de seda colorada, y zapatos bajos. Como lo quieren a él mucho, él quiere mucho a los demás. No es un santo, ¡oh, no!: le tuerce los ojos a su criada francesa cuando no le quiere dar más dulces, y se sentó una vez en visita con las piernas cruzadas, y rompió un día un jarrón muy hermoso, corriendo detrás de un gato. Pero en cuanto ve un niño descalzo le quiere dar todo lo que tiene: a su caballo le lleva azúcar todas las mañanas, y lo llama «caballito de mi alma»:con los criados viejos se está horas y horas, oyéndoles los cuentos de su tierra de Africa, de cuando ellos eran príncipes y reyes, y tenían muchas vacas y muchos elefantes: y cada vez que ve Bebé a su mamá, le echa el bracito por la cintura, o se le sienta al lado en la banqueta, a que le cuente cómo crecen las flores, y de dónde le viene la luz al sol, y de qué está hecha la aguja con que se cose, y si es verdad que la seda de su vestido la hacen unos gusanos, y si los gusanos van fabricando la tierra, como dijo ayer en la sala aquel señor de espejuelos. Y la madre le dice que sí, que hay unos gusanos que se fabrican unas casitas de seda, largas y redondas, que se llaman capullos; y que es hora de irse a dormir, como los gusanitos, que se meten en el capullo, hasta que salen hechos mariposas.



Y entonces sí que está lindo Bebé, a la hora de acostarse, con sus mediecitas caídas, y su color de rosa, como los niños que se bañan mucho, y su camisola de dormir: lo mismo que los angelitos de las pinturas, un angelito sin alas. Abraza mucho a su madre, la abraza muy fuerte, con la cabecita baja, como si quisiera quedarse en su corazón. Y da brincos y vueltas de carnero, y salta en el colchón con los brazos levantados, para ver si alcanza a la mariposa azul que está pintada en el techo. Y se pone a nadar como en el baño; o a hacer como que cepilla la baranda de la cama, porque va a ser carpintero: o rueda por la cama hecho un carretel, con los rizos rubios revueltos con las medias coloradas. Pero esta noche Bebé está muy serio, y no da volteretas como todas las noches, ni se le cuelga del cuello a su mamá para que no se vaya, ni le dice a Luisa, a la francesita, que le cuente el cuento del gran comilón, que se murió solo y se comió un melón. Bebé cierra los ojos; pero no está dormido, Bebé está pensando.



La verdad es que Bebé tiene mucho en que pensar, porque va de viaje a París, como todos los años, para que los médicos buenos le digan a su mamá las medicinas que le van a quitar la tos, esa tos mala que a Bebé no le gusta oír: se le aguan los ojos a Bebé en cuanto oye toser a su mamá: y la abraza muy fuerte, muy fuerte, como si quisiera sujetarla. Esta vez Bebé no va solo a París, porque él no quiere hacer nada solo, como el hombre del melón, sino con un primito suyo que no tiene madre.



Su primito Raúl va con él a París, a ver con él al hombre que llama a los pájaros, y la tienda del Louvre, donde les regalan globos a los niños, y el teatro Guiñol, donde hablan los muñecos, y el policía se lleva preso al ladrón, y el hombre bueno le da un coscorrón al hombre malo. Raúl va con Bebé a París. Los dos juntos se van el sábado en el vapor grande, con tres chimeneas. Allí en el cuarto está Raúl con Bebé, el pobre Raúl, que no tiene el pelo rubio, ni va vestido de duquecito, ni lleva medias de seda colorada.



Bebé y Raúl han hecho hoy muchas visitas: han ido con su mamá a ver a los ciegos, que leen con los dedos, en unos libros con las letras muy altas: han ido a la calle de los periódicos, a ver cómo los niños pobres que no tienen casa donde dormir, compran diarios para venderlos después, y pagar su casa: han ido a un hotel elegante, con criados de casaca azul y pantalón amarillo, a ver a un señor muy flaco y muy estirado, el tío de mamá, el señor Don Pomposo. Bebé está pensando en la visita del señor Don Pomposo. Bebé está pensando.



Con los ojos cerrados, él piensa: él se acuerda de todo. ¡Qué largo, qué largo el tío de mamá, como los palos del telégrafo! ¡Qué leontina tan grande y tan suelta, como la cuerda de saltar! ¡Qué pedrote tan feo, como un pedazo de vidrio, el pedrote de la corbata! ¡Y a mamá no la dejaba mover, y le ponía un cojín detrás de la espalda, y le puso una banqueta en los pies, y le hablaba como dicen que les hablan a las reinas! Bebé se acuerda de lo que dice el criado viejito, que la gente le habla así a mamá, porque mamá es muy rica, y que a mamá no le gusta eso, porque mamá es buena.



Y Bebé vuelve a pensar en lo que sucedió en la visita. En cuanto entró en el cuarto el señor Don Pomposo le dio la mano, como se la dan los hombres a los papas; le puso el sombrerito en la cama, como si fuera una cosa santa, y le dio muchos besos, unos besos feos, que se le pegaban a la cara, como si fueran manchas. Y a Raúl, al pobre Raúl, ni lo saludó, ni le quitó el sombrero, ni le dio un beso. Raúl estaba metido en un sillón, con el sombrero en la mano, y con los ojos muy grandes. Y entonces se levantó Don Pomposo del sofá colorado: «Mira, mira, Bebé, lo que te tengo guardado: esto cuesta mucho dinero, Bebé: esto es para que quieras mucho a tu tío.» Y se sacó del bolsillo un llavero como con treinta llaves, y abrió una gaveta que olía a lo que huele el tocador de Luisa, y le trajo a Bebé un sable dorado —¡oh qué sable! ioh qué gran sable!— y le abrochó por la cintura el cinturón de charol —¡oh qué cinturón tan lujoso!— y le dijo: «Anda Bebé: mírate al espejo; ése es un sable muy rico: eso no es más que para Bebé, para el niño.» Y Bebé, muy contento, volvió la cabeza adonde estaba Raúl, que lo miraba, miraba al sable, con los ojos más grandes que nunca, y con la cara muy triste, como si se fuera a morir: —¡oh. qué sable tan feo, tan feo! ¡oh, qué tío tan malo! En todo eso estaba pensando Bebé. Bebé estaba pensando.



El sable está allí, encima del tocador. Bebé levanta la cabeza poquito a poco, para que Luisa no lo oiga, y ve el puño brillante como si fuera de sol, porque la luz de la lámpara da toda en el puño. Asi eran los sables de los generales el día de la procesión, lo mismo que elde él. El también, cuando sea grande, va a ser general, con un vestido de dril blanco, y un sombrero con plumas, y muchos soldados detrás, y él en un caballo morado, como el vestido que tenía el obispo. El no ha visto nunca caballos morados, pero se lo mandarán a hacer. Y a Raúl ¿quién le manda hacer caballos? Nadie, nadie: Raúl no tiene mamá que le compre vestidos de duquecito: Raúl no tiene tíos largos que le compren sables. Bebé levanta la cabecita poco a poco: Raúl está dormido: Luisa se ha ido a su cuarto a ponerse olores. Bebé se escurre de la cama, va al tocador en la punta de los pies, levanta el sable despacio, para que no haga ruido... y ¿qué hace, qué hace Bebé? iva riéndose, va riéndose el picaro! hasta que llega a la almohada de Raúl, y le pone el sable dorado en la almohada.



miércoles, 10 de marzo de 2010

BARBA AZUL , cuentos infantiles

0 comentarios


En otro tiempo vivía un hombre que tenía hermosas casas en la ciudad y en el campo, vajilla de oro y plata, muebles muy adornados y carrozas doradas; pero, por desgracia, su barba era azul, color que le daba un aspecto tan feo y terrible que no había mujer ni joven que no huyera a su vista.

Una de sus vecinas, señora de rango, tenía dos hijas muy hermosas. Pidiole una en matrimonio, dejando a la madre la elección de la que había de ser su esposa. Ninguna de las jóvenes quería casar con él y cada cual lo endosaba a la otra, sin que la otra ni la una se resolvieran a ser la mujer de un hombre que tenía la barba azul. Además, aumentaba su disgusto el hecho de que había casado con varias mujeres y nadie sabía lo que de ellas había sido.

Barba Azul, para trabar con ellas relaciones, llevolas con su madre, tres o cuatro amigos íntimos y algunas jóvenes de la vecindad a una de sus casas de campo en la que permanecieron ocho días completos, que emplearon en paseos, partidos de caza y pesca, bailes y tertulias, sin dormir apenas y pasando las noches en decir chistes. Tan agradablemente se deslizó el tiempo, que a la menor pareciole que el dueño de casa no tenía la barba azul y que era un hombre muy bueno; y al regresar a la ciudad celebraron la boda.

Al cabo de un mes Barba Azul dijo a su esposa que se veía obligado a hacer un viaje a provincias, que a lo menos duraría seis semanas, siendo importante el asunto que a viajar le obligaba. Rogole que durante su ausencia se divirtiese cuanto pudiera, invitara a sus amigas a acompañarla, fuera con ellas al campo, si de ello gustaba, y procurara no estar triste.

-Aquí tienes, añadió, las llaves de los dos grandes guardamuebles. Estas son las de la vajilla de oro y plata que no se usa diariamente; las que te entrego pertenecen a las cajas donde guardo los metales preciosos; estas las de los cofres en los que están mis piedras y joyas, y aquí te doy el llavín que abre las puertas de todos los cuartos. Esta llavecita es la del gabinete que hay al extremo de la gran galería de abajo. Ábrelo todo, entra en todas partes, pero te prohíbo penetrar en el gabinete; y de tal manera te lo prohíbo, que si lo abres puedes esperarlo todo de mi cólera.

Prometiole atenerse exactamente a lo que acababa de ordenarle; y él, después de haberla abrazado, metiose en el carruaje y emprendió su viaje.

Las vecinas y los amigos no esperaron a que les llamasen para ir a casa de la recién casada, pues grandes eran sus deseos de verlo todo, que no se atrevieron a realizar estando el marido, porque su barba azul les espantaba. Acto continuo pusiéronse a recorrer los cuartos, los gabinetes, los guardarropas, siendo sorprendente la riqueza de cada habitación. Subieron enseguida a los guardamuebles, donde no se cansaron de admirar el número y belleza de los tapices, camas, sofás, papeleras, veladores, mesas y espejos que reproducían las imágenes de la cabeza a los pies y en los que los adornos, los unos de cristal, de plata dorados los otros, eran tan bellos y magníficos que iguales no se habían visto. No cesaban de ponderar y envidiar la dicha de su amiga, que no se divertía viendo tales riquezas, pues la dominaba la impaciencia por ir a abrir el gabinete de abajo.

Empujola la curiosidad, sin fijarse en que faltaba a la educación abandonando a sus amigas, bajó por una escalerilla reservada, con tanta precipitación que dos o tres veces corrió peligro de desnucarse. Al llegar a la puerta del gabinete detúvose algún tiempo, pensando en la prohibición de su marido y reflexionando que la desobediencia podía atraerle alguna desgracia; pero la tentación era tan fuerte que no pudo vencerla, y tomando la llavecita abrió temblando la puerta del gabinete.

Al principio nada vio, debido a que las ventanas estaban cerradas. Al cabo de algunos instantes comenzaron a destacarse los objetos y notó que el suelo estaba completamente cubierto de sangre cuajada y que en ella se reflejaban los cuerpos de varias mujeres muertas y sujetas a las paredes. Estas mujeres eran todas aquellas con quienes Barba Azul había casado, a las que había degollado una tras otra. Creyó morir de miedo ante tal espectáculo y se le cayó la llave del gabinete que acababa de sacar de la cerradura.

Después de haberse repuesto algo, cogió la llave, cerró la puerta y subió a su cuarto para dominar su agitación, sin que lo lograse, pues era extraordinaria.

Habiendo notado que la llave del gabinete estaba manchada de sangre, la enjugó dos o tres veces, pero la sangre no desaparecía. En vano la lavó y hasta la frotó con arenilla y asperón, pues continuaron las manchas sin que hubiera medio de hacerlas desaparecer, porque cuando lograba quitarlas de un lado, aparecían en el otro.

Barba Azul regresó de su viaje la noche de aquel mismo día y dijo que en el camino había recibido cartas noticiándole que había terminado favorablemente para él el asunto que le había obligado a ausentarse. La esposa hizo cuanto pudo para que creyese que su inesperada vuelta la había llenado de alegría.

Al día siguiente le dio las llaves y se las entregó tan temblorosa, que en el acto adivinó todo lo ocurrido.

-¿Por qué no está con las otras la llavecita del gabinete? -Le preguntó.

-Probablemente la habré dejado sobre mi mesa, contestó.

-Dámela enseguida, añadió Barba Azul.

Después de varias dilaciones, forzoso fue entregar la llave. Mirola Barba Azul y dijo a su mujer:

-¿A qué se debe que haya sangre en esta llave?
-Lo ignoro, contestó más pálida que la muerte.

-¿No lo sabes? -replicó Barba Azul-; yo lo sé. Has querido penetrar en el gabinete. Pues bien, entrarás en él e irás a ocupar tu puesto entre las mujeres que allí has visto.

Al oír estas palabras arrojose llorando a los pies de su esposo y pidiole perdón con todas las demostraciones de un verdadero arrepentimiento por haberle desobedecido. Hubiera conmovido a una roca, tanta era su aflicción y belleza, pero Barba Azul tenía el corazón más duro que el granito.

-Es necesario que mueras, le dijo, y morirás en el acto.

-Puesto que es forzoso, murmuró mirándole con los ojos anegados en llanto, concédeme algún tiempo para rezar.

-Te concedo diez minutos, replicó Barba Azul, pero ni un segundo más.

En cuanto estuvo sola llamó a su hermana y le dijo:

-Anita de mi corazón; sube a lo alto de la torre y mira si vienen mis hermanos. Me han prometido que hoy vendrían a verme, y si les ves hazles seña de que apresuren el paso.

Subió Anita a lo alto de la torre y la mísera le preguntaba a cada instante.

-Anita, hermana mía, ¿ves algo?
Y Anita contestaba:

-Sólo veo el sol que centellea y la hierba que verdea.

Barba Azul tenía una enorme cuchilla en la mano y gritaba con toda la fuerza de sus pulmones a su mujer:

-Baja enseguida o subo yo.

-¡Un instante, por piedad! -le contestaba su esposa; y luego decía en voz baja-: Anita, hermana mía, ¿ves algo?
Su hermana respondía:
-Sólo veo el sol que centellea y la hierba que verdea.
-Baja pronto, bramaba Barba Azul, o subo yo.
-Bajo -contestó la infeliz; y luego preguntó-, Anita, hermana mía, ¿viene alguien?
-Sí, veo una gran polvareda que hacia aquí avanza...

-¿Son mis hermanos?
-¡Ay!, no, hermana mía; es un rebaño de carneros.
-¿Bajas o no bajas? -vociferaba Barba Azul.
-¡Un momento, otro instante no más! -exclamó su mujer; y luego añadió-: Anita, hermana mía, ¿viene alguien?

-Veo -contestó-, dos caballeros que hacia aquí se encaminan, pero aún están muy lejos. ¡Alabado sea Dios!, exclamó, poco después; ¡son mis hermanos! Les hago señas para que apresuren el paso.
Barba Azul se puso a gritar con tanta fuerza que se estremeció la casa entera. Bajó la infeliz mujer y fue a arrojarse a sus pies llorosa y desgreñada.

-De nada han de servirte las lágrimas, le dijo; has de morir.

Luego agarrola de los cabellos con una mano y levantó con la otra la cuchilla para cortarle la cabeza. La infeliz hacia él volvió la moribunda mirada y rogole le concediese unos segundos.
-No, no, rugió aquel hombre; encomiéndate a Dios.
Y al mismo tiempo levantó el armado brazo...

En aquel momento golpearon con tanta fuerza la puerta, que Barba Azul se detuvo. Abrieron y entraron dos caballeros, quienes desnudando las espadas corrieron hacia donde estaba aquel hombre, que reconoció a los dos hermanos de su mujer, el uno perteneciente a un regimiento de dragones y el otro mosquetero; y al verles escapó. Persiguiéronle tan de cerca ambos hermanos, que le alcanzaron antes que hubiese podido llegar a la plataforma le atravesaron el cuerpo con sus espadas y le dejaron muerto. La pobre mujer casi tan falta de vida estaba como su marido y ni fuerzas tuvo para levantarse y abrazar a sus hermanos.

Resultó que Barba Azul no tenía herederos, con lo cual todos sus bienes pasaron a su esposa, quien empleó una parte en casar a su hermanita con un joven gentilhombre que hacía tiempo la amaba, otra parte en comprar los grados de capitán para sus hermanos y el resto se lo reservó, casando con un hombre muy digno y honrado que la hizo olvidar los tristes instantes que había pasado con Barba Azul.

De lo dicho se deduce,
sique al curioso los disgustos
el cuento sabes leer,
suelen venirle a granel.

La curiosidad empieza,
nos domina, y una vez
satisfecha, ya no queda
de ella siquiera el placer,
pero quedan sus peligros
que has de evitar por tu bien.



AUGE Y CAÍDA DE UN MITO, cuentos infantiles

0 comentarios



Una paloma salió a la calle a protestar
y como es lógico en este tipo de situaciones
resultó mojada y apaleada sin compasión alguna

Pero la paloma no se desanimó
muy por el contrario
a la semana ya estaba marchando y gritando
al frente de un puñado de estudiantes

Esta vez no sólo fue golpeada
sino que además
se le detuvo junto a otros manifestantes
mientras huía en dirección desconocida

Al poco rato quedó en libertad
por falta de méritos

Y así la paloma se hizo habitual
en las protestas de toda índole
que fermentaban frente a la Casa de Gobierno

Cierto día en que agitaba una marcha gremial
uno de los dirigentes le hizo la pregunta clave

¿Dinos por qué protestas
si no eres estudiante, ni docente, ni trabajadora

ni perteneces a algún sindicato
ni a nada que se le parezca?
Muy simple, respondió la emplumada
Estoy cansada de que me llamen

la Paloma de la Paz
porque ya nadie me toma en cuenta
Y dicho estas palabras
voló hasta los cables del alumbrado
para arrojar la primera piedra
sobre los vidrios de la Casa de Gobierno



Mario Meléndez

Abuelita, cuentos infantiles

0 comentarios


Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco, pero sus ojos brillan como estrellas, sólo que mucho más hermosos, pues su expresión es dulce, y da gusto mirarlos. También sabe cuentos maravillosos y tiene un vestido de flores grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje cuando anda. Abuelita sabe muchas, muchísimas cosas, pues vivía ya mucho antes que papá y mamá, esto nadie lo duda. Tiene un libro de cánticos con recias cantoneras de plata; lo lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una rosa, comprimida y seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de arrobamiento, y le asoman lágrimas a los ojos. ¿Por qué abuelita mirará así la marchita rosa de su devocionario? ¿No lo sabes? Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se hincha y toda la sala se impregna de su aroma; se esfuman las paredes cual si fuesen pura niebla, y en derredor se levanta el bosque, espléndido y verde, con los rayos del sol filtrándose entre el follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella muchacha de rubias trenzas y redondas mejillas coloradas, elegante y graciosa; no hay rosa más lozana, pero sus ojos, sus ojos dulces y cuajados de dicha, siguen siendo los ojos de abuelita.



Sentado junto a ella hay un hombre, joven, vigoroso, apuesto. Huele la rosa y ella sonríe - ¡pero ya no es la sonrisa de abuelita! - sí, y vuelve a sonreír. Ahora se ha marchado él, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y muchas figuras; el hombre gallardo ya no está, la rosa yace en el libro de cánticos, y... abuelita vuelve a ser la anciana que contempla la rosa marchita guardada en el libro.



Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba contando una larga y maravillosa historia.



-Se ha terminado -dijo- y yo estoy muy cansada; dejadme echar un sueñito.



Se recostó respirando suavemente, y quedó dormida; pero el silencio se volvía más y más profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz; se habría dicho que lo bañaba el sol... y entonces dijeron que estaba muerta.



La pusieron en el negro ataúd, envuelta en lienzos blancos. ¡Estaba tan hermosa, a pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas las arrugas habían desaparecido, y en su boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco como plata y venerable, y no daba miedo mirar a la muerta. Era siempre la abuelita, tan buena y tan querida. Colocaron el libro de cánticos bajo su cabeza, pues ella lo había pedido así, con la rosa entre las páginas. Y así enterraron a abuelita.



En la sepultura, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que floreció espléndidamente, y los ruiseñores acudían a cantar allí, y desde la iglesia el órgano desgranaba las bellas canciones que estaban escritas en el libro colocado bajo la cabeza de la difunta. La luna enviaba sus rayos a la tumba, pero la muerta no estaba allí; los niños podían ir por la noche sin temor a coger una rosa de la tapia del cementerio.



Los muertos saben mucho más de cuanto sabemos todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que nos causarían si volviesen. Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no vuelven. Hay tierra sobre el féretro, y tierra dentro de él. El libro de cánticos, con todas sus hojas, es polvo, y la rosa, con todos sus recuerdos, se ha convertido en polvo también. Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas y cantando los ruiseñores, y enviando el órgano sus melodías. Y uno piensa muy a menudo en la abuelita, y la ve con sus ojos dulces, eternamente jóvenes. Los ojos no mueren nunca. Los nuestros verán a abuelita, joven y hermosa como antaño, cuando besó por vez primera la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la tumba convertida en polvo.









YO SOY ARDIENTE , poemas de amor

0 comentarios


Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión;
de ansia de goces mi alma está llena;

¿A mí me buscas?
-No es a ti, no.

- Mi frente es pálida, mis trenzas de oro;
puedo brindarte dichas sin fin;
yo de ternura guardo un tesoro:

¿ A mí me llamas?
-No, no es a tí.

- Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y de luz;
soy incorpórea, soy intangible;
no puedo amarte.

-¡Oh, ven, ven tú!

GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER














YO NUNCA HABIA VISTO, poemas de amor

0 comentarios


Yo nunca había visto ,
como vi el otro día, un zarzal enamorado.

Sobre la hierba verde , en maraña espinosa,
estaba la jovencita
brillando como una estrella .

Y cuando el zarzal apresaba su cabellera rubia ,
ella lo rechazaba con una blanca mano ;
pero él volvía a ella
tenaz, como jamás en un zarzal se ha visto .

Nunca jamás yo vi batalla amorosa
cual vi sobre sus trenzas deshechas
y en su rostro arañado.

¡ Oh cuántos gritos en ese momento
mi corazón contuvo ;
por fuerza parecía sonreir ,
pero, a la vez , decía en mi interior :
<< ¡ Consienta Dios que yo sea un zarzal ! >> .



FRANCO SACCHETTI







Yo no quiero más luz que tu cuerpo, poemas de amor

0 comentarios


Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío:
claridad absoluta, transparencia redonda.

Limpidez cuya entraña, como el fondo del río,
con el tiempo se afirma, con la sangre se ahonda.

¿Qué lucientes materias duraderas te han hecho,
corazón de alborada, carnación matutina ?

Yo no quiero más día que el que exhala tu pecho.
Tu sangre es la mañana que jamás se termina.

No hay más luz que tu cuerpo,
no hay más sol: todo ocaso.

Yo no veo las cosas a otra luz que tu frente. La otra luz es fantasma, nada más, de tu paso.
Tu insondable mirada nunca gira al poniente.

Claridad sin posible declinar. Suma esencia
del fulgor que ni cede ni abandona la cumbre.
Juventud. Limpidez. Claridad. Transparencia.

Acercando los astros más lejanos de lumbre.
Claro cuerpo moreno de calor fecundante.

Hierba negra el origen; hierba negra las sienes.
Trago negro los ojos, la mirada distante.
Día azul. Noche clara. Sombra clara que vienes.

Yo no quiero más luz que tu sombra dorada
donde brotan anillos de una hierba sombría.

En mi sangre, fielmente por tu cuerpo abrasada,
para siempre es de noche: para siempre es de día.


Miguel Hernández






UNA LÁGRIMA, poemas de amor

0 comentarios


Yo, mujer, te adoré con el delirio
con que adoran los ángeles a Dios;
eras, mujer, el pudoroso lirio
que en los jardines del Edén brotó.

Eras la estrella que radió en Oriente,
argentando mi cielo con su luz;
eras divina cual de Dios la frente;
eras la virgen de mis sueños, tú.

Eras la flor que en mi fatal camino
escondida entre abrojos encontré,
y el néctar de su cáliz purpurino,
delirante de amor, loco apuré.

Eras de mi alma la sublime esencia;
me fascinaste como al Inca el sol;
eras tú de mi amor santa creencia;
eras, en fin, mujer, mi salvación.

Bajo prisma brillante de colores
me hiciste el universo contemplar,
y a tu lado soñé de luz y flores
en Edén transparente de cristal.

En éxtasis de amor, loco de celos,
con tu imagen soñando me embriagué:
y linda cual reina de los cielos,
con los ojos del alma te miré.


¿No recuerdas, mujer, cuando de hinojos
yo juntaba mi frente con tu frente,
tomando un beso de tus labios rojos,
y la luna miré, como en la fuente,
reproducirse en tus divinos ojos?

¿No recuerdas, mujer, cuando extasiada
al penetrar de amor en el sagrario,
languideció tu angélica mirada? . . .
tú eras una flor, flor perfumada;
yo derramé la vida en tu nectario.


¡Mas todo es ilusión! ¡Todo se agota!
Nace la espina con flor; ¿qué quieres?
de ponzoña letal cayó una gota
y el cáliz amargo de los placeres.

Los gratos sueños que la amante embriagan
fantasmas son que al despertar se alejan;
y si un instante al corazón halagan,
eterna herida al corazón le dejan.

Tal es del hombre la terrible historia;
tal de mentira su fugaz ventura:
tras un instante de mundana gloria
amarga hiel el corazón apura.

Por eso al fin sin esperanza, triste,
murió mi corazón con su delirio;
y al expirar, mujer, tú le pusiste
la punzante corona del martirio.

Y seco yace en lecho funerario
el pobre corazón que hiciste trizas;
tu amor le puso el tétrico sudario,
y un altar te levantan sus cenizas.

Tras de la dicha que veló el misterio,
siguió cual sombra el torcedor maldito,
trocando el cielo en triste cementerio. . .
confórmate, mujer. . . ¡estaba escrito!









Seguidores Emprendedores...Unete tu Tambien

Link


 

Frases bonitas | by Hosting Free